Tal vez creciste pensando que Dios vive allá arriba. Lejos. Intocable. Te enseñaron a rezarle. A suplicarle. A pedirle perdón cuando creías que lo habías decepcionado. A hablarle bajito. Con culpa. Como si fueras demasiado pequeño ante su presencia.
¿Y si no te escucha? ¿Y si tu voz no llega lo suficientemente lejos? ¿Y si decide que nada de lo que pides es para ti?
Así te pasaste la vida intentando ser suficientemente bueno. Intentando ser digno. Esperando ser escuchado. Le hablaste desde la necesidad. Desde la carencia. Desde el miedo y la culpa. Y sin darte cuenta, Dios se volvió algo externo. Lejano. Inalcanzable… Una fuerza que decide por ti…
Comenzaste a esperar milagros. Señales. Sin notarlo… comenzaste a esperar ser suficiente.
Pero tal vez… ya no necesitas que ese ser supremo que vive allá afuera te escuche. Tal vez es hora de recuperar tu propio poder. Solo necesitas recordar algo que olvidaste hace un tiempo: Dios… está en ti. Y en esta reflexión, quiero ayudarte a recordar esa verdad.
Sé que al principio da miedo. Dejar atrás la idea de ese Dios externo, severo y lejano puede sentirse como una pérdida. Como si fueras a quedarte solo. Pero en realidad no lo es. Es una expansión sin límites. Porque cuando esa figura se disuelve, algo más grande aparece en su lugar: Tú. Tu esencia. Tu divinidad. Tu expresión más pura del amor.
El día que lo sientas —no solo pienses— sino que sientas que Dios no está allá afuera, sino dentro de ti, todo cambia.
Ya no esperas un cielo al que llegar, ni una lista de mandamientos que cumplir. Ya no necesitas ganarte el amor del universo. Ni suplicar favores. Ni pedir perdón por existir. Comienzas a ver que todo eso que has estado suplicando a un ser exterior… lo puedes cultivar dentro de ti. La guía. La luz. La sabiduría. La compasión. Todo está ahí. Dentro de ti. Esperando por ti.
Entonces comienza un nuevo tipo de relación. Una que ya no se basa en la culpa. En el juicio. En la espera. Sino en la unidad. No estás separado de la divinidad. Eres parte de ella. Un fragmento del Todo. Una chispa de la gran luz. Un pedazo de conciencia divina explorando el universo desde tu forma. Desde tu historia. Desde tu experiencia única.
Aquí es donde aparece tu Yo Superior. Esa parte tuya que no está atrapada en el miedo. En el ego. Que no se enreda en el drama. Esa voz interna que te susurra verdades que no vienen de ningún libro. De ningún dogma. Sino de un lugar más profundo: tu alma.
Es la divinidad dentro de ti. Esa divinidad que te guía constantemente. No desde el juicio. Sino desde el amor. Y la reconoces en esos momentos de certeza. De paz profunda. De comprensión repentina. En esas intuiciones que te dicen qué hacer. Que llegan sin lógica. Pero reconoces como verdaderas.
Para conectar con este aspecto de tu propia divinidad no necesitas rituales. Ni templos. Ni intermediarios. Solo necesitas silencio. Y disposición para escucharte sin miedo. Sin máscaras. Sin filtros…
Cuando integras este nuevo tipo de fe, tu manera de vivir cambia. Ya no esperas que alguien te salve. Ya no ansías que los milagros ocurran… porque comienzas a crearlos. Comprendes que el verdadero milagro es tu propia capacidad de transformarte. De sanar. De elegir distinto. De vibrar en lo que crees. De darte cuenta que todo viene de ti. De un lugar donde tú y lo divino, son lo mismo.
Cuando descubres que Dios está dentro de ti… ya no suplicas. No porque te vuelvas indiferente u orgulloso. Sino porque dejas de sentirte separado de la vida. Porque entiendes que no necesitas rogar por lo que ya es tuyo. Porque comprendes que cada cosa que llega —y también la que no llega— tiene un sentido más grande que lo que tu mente puede entender en el momento.
Ya no te arrodillas para hablar con la divinidad. Solo cierras los ojos, respiras profundo. Y escuchas. Porque ahora sabes que la verdadera oración no siempre tiene palabras. A veces es solo un silencio, una pausa donde puedes oír con claridad lo que tu alma te está diciendo. Lo que el universo te susurra. Un momento donde no hablas… sino que te abres a recibir.
Ahora manifiestas tus sueños y deseos desde otra perspectiva. No desde la carencia, la ansiedad o la urgencia. Sino desde la certeza. Desde una confianza interna que te dice: “Esto, o algo mejor llegará a mi vida si está alineado con mi alma”. Y si no llega, no entras en guerra con el universo. Lo escuchas y confías. Porque seguramente es que no estás preparado para recibirlo. Que aún tienes temas por resolver.
Dejas de vivir reaccionando ante la vida. Y comienzas a responder desde la conexión con tu propio ser. Tus decisiones se sienten más livianas, más coherentes. Dejas de luchar por controlarlo todo y aprendes a moverte con la vida. Como si fluyeras con ella. Porque ahora comprendes que lo divino no está para resolver tu vida… Está para recordarte que tú puedes hacerlo.
Entonces comprendes algo aún más profundo: eres un cocreador. Cada pensamiento, cada emoción, cada decisión que tomas… moldean tu realidad. Sabes que el universo responde a tu vibración. Y esa vibración nace de lo que tú eliges sostener en tu interior. Asumes tu propio poder. Porque si has podido vivir creando desde el miedo, comprendes que también puedes crear desde el amor, la libertad, la alegría y la expansión.
Tu Yo Superior te espera con paciencia. Solo tienes que escucharlo. Porque esa parte de ti —tu parte sabia, infinita, conectada— siempre está mostrándote el camino. No desde el control, sino desde la intuición. Desde cada decisión que tomas día a día. De quién eliges ser. De volver a ti, una y otra vez, para crear con conciencia.
Ya no te quedan excusas. El poder siempre estuvo en tus manos. Y este descubrimiento no es el final del camino, sino que es apenas el comienzo.
Ya sabes que el amor vive en ti. Que es el motor de tu existencia. Ya no necesitas buscar la sabiduría en ningún libro, sino en los susurros de tu propia alma.
Ya no vives desde la carencia sino desde la conexión. Ya no suplicas pidiendo que algo cambie allá afuera… Ahora te alineas por dentro, sueltas el control. Y confías en que la vida hará el resto.
Y aunque el mundo siga siendo el mismo, tú ya no lo ves igual. Este es el verdadero despertar. Entender que no estás solo. Que nunca lo estuviste.
Cuando dejes de suplicar. Cuando dejes de esperar pruebas. Cuando simplemente respires, confíes y sigas el susurro de tu alma… verás que has vuelto a tu propia esencia.
Este es el verdadero despertar.
Es recordar que siempre fuiste luz. Que Dios no está en el cielo. Está dentro de ti. Y no grita. Habla bajito.
Pero tú… ya aprendiste a escucharlo.






